Monseñor Azpiroz llamó a la esperanza y la comunión en tiempos difíciles
Con una catedral colmada por fieles, religiosas, diáconos, autoridades, se celebró este miércoles la Misa Crismal en la arquidiócesis de Bahía Blanca.
La Eucaristía fue presidida por el arzobispo Carlos Azpiroz Costa OP, y concelebrada por el obispo auxiliar, monseñor Pedro Fournau; el arzobispo emérito, monseñor Guillermo Garlatti; el vicario general, presbítero César Cardozo; el párroco y rector de la catedral, padre Luciano Guardia, junto a los sacerdotes de la diócesis.
El núcleo de la homilía giró en torno a la esperanza como virtud teologal, en sintonía con el lema jubilar “Peregrinos de esperanza”. Monseñor Azpiroz Costa abordó las luces y sombras de la vocación sacerdotal en el mundo actual: las tentaciones del aislamiento, la indiferencia, el juicio, la suficiencia, y la necesidad de una “disciplina de comunión” que supere rivalidades, cotilleos y desconfianzas.
“El mundo muchas veces aparece fuerte, desafiante, y nosotros débiles. Pero allí se manifiesta la gracia. Porque no hay verdadera comunión sin reconciliación”, expresó y añadió: “Hoy renovamos nuestras promesas y consagramos los óleos, signo sacramental de lo que más profundamente nos une. Más allá de ideologías o pareceres, todos somos bautizados”.
Recordando a San Pablo, a la samaritana del Evangelio, y a tantos mártires modernos, el arzobispo exhortó a no caer en el desaliento: “Si el mundo a veces nos quiere como adorno o nos rechaza, también es el mismo mundo que clama: ‘¡Vengan a ayudarnos!’. No es momento de quejas, sino de celo pastoral y de comprensión”.
El prelado retomó luego algunas experiencias vividas tras la reciente tragedia en Bahía Blanca, agradeciendo las múltiples corrientes de solidaridad surgidas entre vecinos, parroquias y comunidades: “Nos ha hecho sacar brillo a eso que está escondido en nosotros. Gracias a Dios, aún arde el fuego del amor en esta Iglesia”.
Hacia el final de su predicación, citó al Papa Francisco y a mártires contemporáneos para recordar que el verdadero testimonio cristiano no está en el prestigio ni en el poder, sino en vivir la cruz como camino de esperanza: “La Iglesia se engaña a sí misma si se presenta como una potencia más. Solo arde verdaderamente cuando es encendida por el amor de Dios, ese que es fuerte como la muerte”.
La Misa Crismal concluyó con la renovación de las promesas sacerdotales y la bendición de los santos óleos, que serán distribuidos a todas las parroquias de la arquidiócesis para la celebración de los sacramentos a lo largo del año. (AICA)

