domingo, diciembre 8, 2024
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Botiquín de filosofía

En lugar de respuestas, trae más preguntas. Y en Vez de soluciones, multiplica los problemas. Sin embargo, la más “inútil” de las ciencias parece estar hallando su lugar en la sociedad contemporánea.

“Ese era el filósofo de Canal Encuentro, ¿no?”. Acabamos de terminar la entrevista y el mozo del bar del barrio de Congreso indaga acerca de un rostro que cree haber reconocido, que es cada vez más reconocido. Darío Sztajnszrajber, le contesto, y él asiente, mitad satisfecho por haber despejado una duda, mitad mascullando sílabas difíciles de repetir. Y se va con otra duda. ¿Cómo dijo que se llama?

El del apellido difícil acaba de irse a seguir con una jornada que promete ser interminable. Se lo escucha en la radio de las Madres de Plaza de Mayo y en una columna quincenal en el programa Metro y Medio que conduce Sebastián Wainraich; se lo puede leer en ¿Para qué sirve la filosofía? (Pequeño tratado sobre la demolición), su libro editado por Planeta (2013); y para verlo no hace falta ser su alumno en la facultad: con su espectáculo Desencajados, una puesta filosófico-musical en la que Platón, Nietzsche o Derrida suenan al ritmo de Spinetta, Charly García o Fito Páez, está recorriendo varias ciudades del interior. Y, sobre todo, en Mentira la verdad, programa que va por su tercera temporada en Encuentro, y que es el estandarte de esta especie de cruzada cuyo objetivo radica en “desacartonar” una disciplina investida de solemnidad en los claustros académicos. La repercusión del programa, enmarcada en el éxito de la señal cultural del Ministerio de Educación, “obligó al mundo de la Academia a reinventarse”, dice Sztajnszrajber. “Hoy la divulgación no es el hijo bastardo del saber que era hace 15 años, sino que está más instalada, bien vista. Muchos académicos presentan proyectos para llevar su saber a los medios. Las ciencias afloran en TV, radio y gráfica”.

Fanático del fútbol –le hubiera gustado ser jugador profesional–, a los 14 años decidió dejar los colores de Atlanta, el club de su barrio (“Nací a tres cuadras de la cancha”) y hacerse hincha de Estudiantes de La Plata. “Me convertí, con lo cual soy un devoto de las conversiones. Me peleo contra el esencialismo futbolístico”. Era 1982 y el equipo campeón de la mano de Carlos Bilardo “tenía en contra a todos los medios y al mundo del fútbol, que apostaban por el Independiente de Bochini”, recuerda.

“En general me siento muy cercano, políticamente hablando, a ese lugar de debilidad. La política en general, si no es la redención de los derrotados de la historia, no sirve para nada. Después Estudiantes crea una ideología del fútbol que es de las más denostadas, y con la que me siento muy identificado. En esa construcción del bilardismo como ‘el otro intolerado’ se esconde mucho de las formas en que pensamos la construcción del otro en la Argentina. Hay una hipocresía en la construcción del discurso futbolístico que está bueno pensarla más allá del fútbol”.

Advierte que “no hay una sola forma de hacer filosofía”. El nombre mismo del programa es una declaración de principios sobre la manera en que Sztajnszrajber entiende la filosofía, como forma de “deconstrucción” de realidades establecidas a partir del lenguaje. “Eso surge como una reacción contra formas más tradicionales de hacer filosofía, que durante muchos siglos entendieron que es la filosofía la que tiene un acceso privilegiado a la verdad. Primero hay que deconstruir que haya una verdad, segundo que haya un acceso, tercero que sea privilegiado y cuarto que sea la filosofía la que tenga supremacía por sobre las demás ciencias”.

Dice que con Mentira la verdad buscó desde un inicio trasladar a la pantalla su estilo docente. “En la clase hay mucho de puesta, de show, y más en filosofía, donde no buscás bajar línea o información, sino que cada clase sea un martillazo”.

Para la tercera temporada dieron una vuelta de tuerca buscando recuperar cierto protagonismo pedagógico que sentían que estaban perdiendo. Ahora las cosas que Darío explica le pasan a él. Recurrió a un coach actoral para desarrollar sus capacidades histriónicas, y se interpreta a sí mismo pero como la estrella que conduce Philosophy Now, “un show con secretarias que muestran el culo y un presentador tipo predicador, un gurú, pero que sin embargo trabaja con contenidos revolucionarios, porque explica Marx o Nietzsche. Pero es una parodia que se plantea qué pasaría si la filosofía fuera tan exitosa, incluso en el mercado privado, que se traicionase a sí misma”.

¿Qué pasaría?

¿Estará pasando?

“Evidentemente hay una moda”, admite Sztajnszrajber.

Presencia mediática. Talleres que proliferan y atraen a un variado grupo de personas. Fuerte presencia editorial, con nuevos libros y clásicos reeditados. Pero además, una cada vez mayor incursión en la arena política y en el mundo empresarial. ¿Acaso lo que para algunos es “la más inútil de las ciencias” ha encontrado un lugar de protagonismo en la pragmática sociedad contemporánea?

Es miércoles a la tarde y la librería Crack Up del barrio de Palermo se convierte en un aula de filosofía, más relajada, heterogénea e informal que la académica, claro. Hay estanterías plagadas de libros pero también cerveza para acompañar la lectura de Michel Foucault que guía Diego Singer, profesor de la UBA y maestrando en Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad en la misma universidad. Este es uno de los varios talleres de filosofía que en los últimos años han proliferado, en especial en la Ciudad de Buenos Aires. Asisten personas de edades, profesiones o actividades e intereses muy variados. Algunos entusiasmados por estudiar determinado autor o problema. “También hay algo de frustración, porque el estudio de la filosofía multiplica los problemas y en muy pocos casos propone cosas concretas, que es lo que algunas personas demandan”, cuenta Singer a Cielos Argentinos. “Creo que alguien que va a un encuentro de filosofía está un poco a la búsqueda de que pase algo distinto, para vivir la vida como siempre no es necesario filosofar. Quienes llegan en busca de soluciones pueden salir decepcionados. También quienes piensan que se trata de un espacio catártico en el que cada uno va a contar ‘su’ verdad”.

Singer, que también dicta un taller en la cárcel de Villa Devoto, no cree que haya un “auge” de la filosofía, a la que ve todavía como “una actividad marginal”, fuera del circuito tradicional de los estudios. Advierte que, en general, el público que asiste a los talleres es de clase media con cierto nivel cultural o estudios universitarios en muchos casos.

Y no es extraño. De hecho, la filosofía nació en el ocio, recuerda a Cielos Argentinos el filósofo Carlos Bustos, docente en la UBA y en la Universidad de Lomas de Zamora. “Pareciera un modo de vida propio de aquellos que han dejado de tener que preocuparse por qué como hoy o cómo alimento a los chicos, no es antinatural”. Miembro de la Asociación Argentina de Cultura Helénica, donde participa anualmente del ciclo de conferencias filosóficas, e integrante del “Seminario de los jueves”, a cargo de Tomás Abraham, Bustos advierte que los talleres reciben “cierta apetencia de clase media acomodada, propio de un nivel de ocio. Pero se me ocurre que cierta necesidad espiritual satisface”.

Diego Singer: “Creo que alguien que va a un encuentro de filosofía está un poco a la búsqueda de que pase algo distinto, para vivir la vida como siempre no es necesario filosofar”

Ese tipo de satisfacción es el que parecía buscar el propio Sztajnszrajber cuando decidió zambullirse de lleno en las aguas revueltas de la filosofía. Un mundo al que llegó desde la religión. “Hice jardín de infantes y primaria en un colegio religioso judío, donde había una presencia importante de las cuestiones religiosas que me llevaban a cuestiones existenciales: la idea de Dios, los milagros. La Biblia, que es el libro que más me llevó a la filosofía, por extraño que suene. Cuando a los 5 ó 6 años veía el dibujo de Moisés que abre las aguas, decía: “¿Qué es esto? El milagro, Dios, ¿qué es?”. Entonces esas preguntas fueron mutando, me peleaba con el discurso religioso institucional, hasta que descubrí que había una disciplina llamada ‘filosofía’ que piensa todas esas cosas sin tener que echar mano a la religión”.

¿Cómo se conjugan hoy ambas cuestiones?

Sztajnszrajber: Desde la filosofía encontré un espacio para lo religioso; o bien lo que entendemos como experiencia religiosa tiene mucho que ver con la filosofía, o bien la experiencia filosófica tiene mucho de religiosa. Esa distinción canónica como dos ámbitos diferentes la discuto, siempre que le quitemos tanto a la filosofía como a la religión la cuestión de la verdad, la metafísica.

¿Se puede?

Se puede. Se le debe hacer.

Pero desde la oficialidad religiosa hay una pretensión, precisamente, de construir una verdad.

También desde la oficialidad filosófica. Y desde la oficialidad política nos podemos pelear con los objetivos de lo político. Son las luchas que uno da. La lucha en el ámbito religioso me parece importantísima. No hay institución que más construya sentido común y ordenamiento en función de ciertas clases en detrimento de otras que el discurso de la religión institucional. Las religiones institucionales son las que primero han traicionado el espíritu religioso, que es el espíritu de la pregunta. Los mismos textos religiosos los podés llevar para la construcción de religiones cerradas o generar un espíritu emancipador.

Bajo la fuerte influencia religiosa de la Edad Media, ¿hubo filosofía?

Sí, hubo, y es tal vez el momento más interesante. No han pasado a la historia, porque la historia de la filosofía ha sido de algún modo capturada, monopolizada por una lectura racionalista secular. Sí es cierto que en esa época era muy difícil que alguien hiciera filosofía sin la participación de Dios o de la fe como figura central, pero me parece muy interesante entender que las religiones dogmáticas son una forma más de hacer religiosidad, y no la única. Así como tranquilamente decimos que no hay una forma única de hacer arte. La búsqueda religiosa empieza en la conciencia del ser humano de que tenemos límites. Entonces, a mi entender, lo que más traduce o expresa el espíritu religioso es que nada nos cierra, o sea la duda. Creer es no saber. Creo porque dudo. Las religiones institucionales han transformado la palabra “creer” en todo lo contrario.

En una certeza…

Claro. Por eso digo que la filosofía tiene mucho de religioso. Pero dicho así la cagás. No es esa la asociación que estamos buscando.

En septiembre pasado, una nota de La Nación traía un anuncio extraordinario. Con el título “Vuelven los filósofos: un oficio clásico que se renueva”, advertía que sus nuevos roles en el ámbito de los negocios incluían los de consultores de empresas, investigadores de mercado, expertos en vida cotidiana y hasta coaches existenciales. Semanas después, el mismo matutino volvía sobre el tema en un editorial donde aseguraba que “la función del filósofo en esos casos no es sustituir el quehacer de otros profesionales, sino incorporar enfoques y propuestas de distinta naturaleza al tratamiento de los problemas. El filósofo suele estar capacitado para ejercer el pensamiento crítico y encontrar no sólo nuevas respuestas, sino nuevas preguntas”.

Pero no es un fenómeno argentino. Un par de meses atrás, Melissa Korn escribía en The Wall Street Journal: “Los departamentos de filosofía invaden los programas de las escuelas de negocios para lograr que los alumnos piensen en algo más que ganar dinero. Si la mayoría de los alumnos de escuelas de negocios quiere conseguir un puesto en el sector financiero, en una empresa tecnológica o en una gran firma de consultoría… ¿Por qué están leyendo a Platón?”. Tal cual describe la nota, una serie de cursos y programas en casas de estudios de diferentes rincones del planeta, desde la London Business School a la Escuela de Negocios de Copenhague, apunta a “satisfacer una demanda creciente de muchos empresarios, que se quejan de que los recién graduados están capacitados para resolver problemas particulares pero que, muy a menudo, carecen de una perspectiva global”.

En ese plano, Sztajnszrajber cree que la filosofía puede aportar la posibilidad de que un gerente repiense distintas variables laborales, tales como su liderazgo, su relación con el otro o su resistencia al cambio. “El discurso filosófico que propone la deconstrucción y salirse de una lógica única, en el marco de un proyecto de capacitación interdisciplinario con psicoanalistas y gente del management, forma un combo que hoy existe y es de los más pedidos en el mundo de la empresa”.

El acceso de la filosofía a la esfera de los negocios y el management tiene que ver con un cambio en cómo se piensan actualmente las empresas, que pasaron de adscribir a un esquema meramente productivo a otro de generación de servicios, “y esa capacitación depende de perspectivas desconocidas, que para unos ha sido la filosofía”, explica Bustos.

Pero no necesariamente se trata de un fenómeno nuevo. Bustos cita un texto de Gilles Deleuze, Posdata sobre las sociedades de control, donde el filósofo francés dice que la fábrica ha sido reemplazada por la empresa: ya no estamos más en las “sociedades disciplinarias” que describió Michel Foucault, sino que ahora estamos en las “sociedades de control”. La fábrica ya no es más un cuerpo, una cosa material, un espacio físico: ahora es la empresa, y la peor noticia que les puedo dar, dice Deleuze, es que ahora la empresa tiene alma. “Y ahí es donde entra la filosofía”, continúa Bustos. “La empresa ya no es una cosa espacial, es una cuestión espiritual. Y no me estoy refiriendo a la filosofía analítica que ya a fines de los ‘70 tenía mucho impacto en el mundo anglosajón, con asesores formados en ese vertiente que decían cómo había que trabajar. Pero ahora no, va más por el lado de seguir buscado el camino creativo”.

Visto como una fuente laboral distinta, sin embargo, el mundo de los negocios no parece subyugar a todos los herederos modernos de Platón. “La filosofía en la empresa no es algo terrible para la empresa, pero sí para la filosofía”, dice Bustos.

En la misma línea opina Singer. “Prefiero que la filosofía sea inútil a ciertas demandas sociales, por ejemplo acumular dinero, la finalidad de las empresas y los negocios. Creo que se pierde toda su potencia cuando se la intenta reducir a un medio técnico más para alcanzar un fin. En todo caso, la filosofía sirve para interrogarnos respecto a ese fin que casi nadie pone en duda. Esto puede pensarse tanto respecto a los negocios como a la educación”.

Hacer filosofía es hacer política, en tanto la duda como actitud, el camino de la deconstrucción, socavan los cimientos del sentido común en la medida en que ponen de relieve el carácter contingente de la realidad. “Nuestro principal enemigo –dice Sztajnszrajber– es el sentido común, del que buscamos corrernos, cuestionarlo, y sobre todo marcarlo como una contingencia, como una posibilidad más. Es una lucha interna en el campo del saber, porque también el que se apropia del saber es el que puede ejercer de mejor modo el poder”.

El pensamiento político tiene base filosófica en conceptos como Nación, Estado, Democracia, que parecen más propios de su ámbito. En la Argentina, esa relación estrecha se ha dado desde Juan Bautista Alberdi con sus Bases y Puntos de Partida para la Organización de la República y Domingo Sarmiento con su Facundo. Civilización o Barbarie, hasta Cristina Fernández de Kirchner reconociéndose como “hegeliana” en la apertura del Congreso Mundial de Filosofía de San Juan en 2007, en el que fue su primer discurso como candidata presidencial. “La filosofía”, describió en aquella ocasión CFK, “es la época articulada en pensamiento”.

Sin embargo, suele marcarse como un traspaso disciplinario cuando un filósofo deja la actividad teórica para “meter los pies en el barro” de la política. Los ejemplos más actuales son los de Ricardo Forster, a cargo de la Secretaría de Pensamiento Nacional; Samuel Cabanchik, que fue senador; o la ex diputada de la ciudad Diana Maffia, directora del Observatorio de Género en la Justicia. José Pablo Feinmann, cuyo programa Filosofía aquí y ahora en Encuentro fue clave para el éxito de Mentira la verdad, solía ser visto como el filósofo de cabecera del matrimonio Kirchner, y tenía una relación estrecha con Néstor, tal como lo cuenta en su libro El Flaco (Planeta, 2011). Como lo hacía Feinmann en Página/12, otros filósofos abordan la política desde un ámbito periodístico: Dante Palma en 6,7,8, Santiago Kovadloff con sus columnas en La Nación. Y están quienes dan un paso más: el propio Tomás Abraham, columnista de Perfil, fue asesor de Hermes Binner. Y Alejandro Rozitchner lo es actualmente en PRO, la fuerza política liderada por Mauricio Macri.

“El PRO es un proyecto político nuevo: nuevo por joven y nuevo por distinto”, dice Rozitchner a Cielos Argentinos. “Y en la creación de una opción política de este tipo hay cientos de temas que requieren ser abordados sin seguir las pautas de la tradición, aventurándose a ir al encuentro de una realidad distinta, tratando de entenderla y de incidir en ella. El enfoque filosófico, que no es más que el intento de captar y crear formas de sentido, se mezcla con otras disciplinas en un gran equipo en donde hace su aporte de libertad, frescura e inteligencia. Es una de las piezas que arman el pensamiento del proyecto, un modo de buscar y pensar que expresa una actitud muy necesaria en el momento político que pasamos”.

Rozitchner advierte un terreno fértil para el desarrollo de su pensamiento filosófico en la diferencia entre una “política de lucha” y una “política de desarrollo”. En la primera, apunta, se busca el poder por el poder mismo, para eternizarse en una puja sin solución. Y en la cual el Estado controla y limita. “En la política de desarrollo, en cambio, se busca el crecimiento, favorecer los proyectos de los ciudadanos y el Estado ayuda y estimula a una sociedad que necesita aún muchas cosas básicas”, enfatiza. Es ahí donde se siente más cómodo y estimulado: “A veces, ideas sencillas y claras, creadas ‘filosóficamente’, ayudan a producir orientación y fuerza”.

Sztajnszrajber es un “adicto” a Twitter y un cinéfilo –también condujo por Encuentro el ciclo El amor al cine– que confiesa “llorar mucho” con las películas de amor. De adolescente tenía dos vocaciones: el teatro y la escritura. “Cuando me empecé a dedicar a la filosofía parecía que todo aquello no tenía nada que ver –dice–, pero siempre hice filosofía escribiendo y siempre como docente fui muy payaso, muy actor. Hoy que puedo desplegar eso en todo lo que hago, me veo realizado”. Para él, la filosofía está más cercana del arte que de la ciencia. La define directamente como “un género literario”.

Y si la más difícil de responder para la filosofía ha sido la pregunta por el ser, aquello de “¿por qué hay cuando pudo no haber habido?”, aquel interrogante que formuló Gottfried Leibniz en el siglo XVII y retomó Martin Heidegger en el XX, existe otra pregunta con la que convive en forma más mundana y cotidiana: ¿para qué sirve la filosofía? Sztajnszrajber tituló así su libro, y en 330 páginas hace un recorrido en el que, incluso, plantea un elogio de la inutilidad. Lo útil no es más que uno entre otros valores de las cosas.

En definitiva, se trata de un diálogo constante y renovado entre filósofos que lleva 2.500 años. “Pensar es decir, ya que la filosofía no nace con el silencio y el misterio de los grandes sabios, sino con la palabra dialógica del escritor exotérico y público del ateniense Platón”, señaló semanas atrás Abraham en una conferencia en la Universidad de San Juan. Licenciado y magíster en Filosofía por las universidades de Sorbonne y Vincennes, en Francia, donde fue alumno de Foucault, y profesor titular de la UBA, Abraham acaba de publicar Shakespeare, el antifilósofo (Sudamericana), en el que busca en el teatro del bardo de Avon un nuevo camino alternativo, el de la antifilosofía. “La filosofía no se aplica. Sirve para pensar”, dice Abraham.

Para Rozitchner, “la filosofía aporta su utilidad en la medida en que es capaz de ir al encuentro de las cosas, acepta tratar temas concretos y se mete en todo dando vueltas a los planteos como si quisiera ver qué hay debajo”. Él habla de la “Filosofía del entusiasmo”, rechaza la idea de que el depresivo es más sensible que el contento y aboga por desdramatizar la crisis, enfrentarla sin angustia.

¿La filosofía como terapia? “El psicoanálisis como forma de la psicología es muy filosófico, y ayuda mucho”, dice Sztajnszrajber. “Es terapéutico en la medida en que uno se salga del ideal, de la terapia como un conjunto de respuestas tranquilizadoras. Acá no se está buscando una farmacología del sentido. Al revés: en la apertura lo que se hace es desmembrar lo que viene funcionando armónico, mostrando que esa armonía es ilusoria, pero porque todo es ilusorio”.

Sztajnszrajber cita a Nietzsche en La gaya ciencia: “Él lo dice genial: ‘Descubrí que todo era un sueño, ahora no me queda otra que seguir soñando’. Es muy interesante ese lugar en que transcurre nuestra existencia. ¿Dónde estoy parado? ¿En el sueño o afuera del sueño? En los dos lados. Si uno traslada esa categoría para pensar el amor, la felicidad, la ética, todo empieza a tener otro color”.

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