martes, abril 16, 2024
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Sí, se puede vivir en la Naturaleza

Cuando se habla de El Bolsón, el imaginario colectivo piensa automáticamente en los hippies, sus artesanías, sus comidas y su estilo de vida alternativo. En los últimos años una nueva generación de “inmigrantes” llegó a esas tierras en busca de armonía, seguridad, contacto con la naturaleza y con la idea de retomar algunos valores productivos, económicos y espirituales de quienes los precedieron en ese “sueño” de los sesenta.

Pero los neohippies no son radicales. No quieren vivir en comunidad, ni se rigen por los designios astronómicos, aunque adoptan la idea de desarrollarse en armonía con la naturaleza, el aprovechamiento de los recursos al máximo y la convivencia pacífica.

Este tipo de migración, en su mayoría familias jóvenes, ha ido en aumento en los últimos años y se registra un crecimiento demográfico del 30% en la región entre la década del noventa y la actualidad. Se sienten atraídos por la vida rural, sin renegar de su origen urbano-profesional, y eluden las posturas extremas de resistencia al sistema.

Ya pasaron casi 50 años desde que, durante el Onganiato, aquel grupo de jóvenes que llevó Hair a la escena porteña dejó todo para irse a vivir en comunidad a El Bolsón y hacer realidad la ficción que representaban. “Estuve en El Bolsón en varias oportunidades. En determinado momento, llegamos a ser doce personas en una cabaña. Nos dedicábamos a la música, la artesanía, vivíamos del canje, y junto con el músico Kubero Díaz compusimos muchas canciones reflejando el paisaje y la forma de vida en la montaña”, explica Miguel Cantilo, músico y uno de los protagonistas más importantes de esa época.

En las décadas siguientes, fueron llegando muchas corrientes migratorias atraídas por la belleza del lugar y el halo mítico que lo envolvía, una especie de paraíso natural en el que el ser humano se volvía a encontrar con su esencia. El motivo que une transversalmente todas las generaciones que se mudan a este tipo de lugares es huir de las grandes urbes y vivir de una manera más simple, más libre, en total armonía con la naturaleza, en forma autosustentable, sin presiones sociales ni familiares. Una forma que el inconsciente colectivo llamaría hippie. Las montañas, los lagos, las chacras con sus tierras infinitas llenas de sol…, todas ellas imágenes que quedan impregnadas en quien visita El Bolsón y que, para muchos, se convierte en el ideal por alcanzar cuando sueña con dejar todo e irse, como el protagonista del cuento La vida secreta de Walter Mitty, de James Thurber.

La antropóloga Christinne Danklmaier trabaja en la Secretaría de Agricultura Familiar y vive en la zona desde hace casi 10 años. Ella no cree que esta historia casi legendaria del ícono hippie que representa El Bolsón sea su atractivo turístico, sino que esto ha sido superado por el legado que ellos dejaron. “La explotación turística de lo hippie y lo alternativo es relativa. No se lo vende como un lugar hippie porque eso ya está instalado en el imaginario de quienes no viven en la zona. Tanto los visitantes de la comarca como sus pobladores tienen una idea del lugar que incluye la belleza natural, la producción artesanal, las terapias alternativas y la conexión con la naturaleza. Todo esto forma un imaginario que los turistas quieren visitar y experimentar, y los migrantes neorrurales quieren apropiarse para hacerlo su forma de vida”, agrega.

El concepto de lo “neorrural” define a aquellos que migran de las grandes ciudades y se caracterizan por su necesidad de vivir en una región con más espacio vital y sin aglutinamiento poblacional. Se sienten atraídos por este imaginario de vida más tranquila, para poder armar un proyecto familiar y rural. En el censo de 1991, había 13.000 habitantes en la zona de El Bolsón y en 2010 ascendió a 20.000 personas.

Clarisa Alonso es parte de este grupo migratorio: llegó en 2009 con Mauro, su pareja, porque no querían vivir más en Buenos Aires. Ella es fotógrafa y diseñadora de jardines y él es profesor de música. Ambos confeccionan ropa, que venden en la feria artesanal, y tienen una hija de 3 años. “Ya en Buenos Aires empezamos a hacer cursos para tener nuestra propia huerta, preparar quesos y todas cosas que nos permitieran ser más autosustentables y dejar los productos industriales. Compramos un terreno acá e hicimos nuestra casa de acuerdo con la construcción natural: paredes de barro, techo vivo, reciclado de aguas y todo ese tipo de medidas para cuidar el medio ambiente y vivir en armonía con él. Muchos de nuestros amigos en Buenos Aires están viniendo también, buscamos tener más tranquilidad, más seguridad y una mejor calidad de vida”, cuenta Clarisa.

Si nos remontamos al origen del movimiento hippie vemos que, sin banderas políticas, esta corriente cultural proponía eso mismo que describe Clarisa: un estilo de vida menos consumista y de respeto por la naturaleza. Fueron los primeros ecologistas y este legado se consolidó, muchos años después, en la concientización social acerca de estos temas. En la Argentina, El Bolsón fue pionero y epicentro de fuertes protestas contra la energía nuclear, las minas a cielo abierto y la tala de los bosques nativos. Ésta es una de las banderas que representan al neohippie que hoy migra a esta ciudad. Santiago Bondel es geógrafo de la Universidad de la Patagonia y analiza que”esta resistencia hacia actividades que sugieren impactos importantes sobre el medio natural, hoy, es una de las características más reconocidas entre los que fueron migrando a El Bolsón en las últimas décadas. Aquí, la economía se aleja de la ortodoxia y hay una progresiva pérdida simbólico-conceptual del término progreso, aquel que perfilaron los pioneros y que, en lo económico, encarnaba principalmente el incremento del patrimonio material en un contexto de crecimiento social”, agrega Bondel.

Claudia García, docente y vicedirectora de la Escuela de Educación Media N° 30, perteneció a un numeroso grupo de jóvenes que migró de Buenos Aires a El Bolsón en 2001. Con toda su familia a cuestas, se instaló en Mallín Ahogado, una zona rural, en donde vivían sin luz ni gas.”No teníamos servicios y para calefaccionar la casa, teníamos que traer los troncos con unos bueyes. Todo fue muy enriquecedor y aprendimos mucho, tomando más contacto con cada detalle de lo cotidiano. Nuestra alimentación cambió para mejor, es mucho más sana, y hoy sentimos que todos crecimos como personas y profesionalmente también. La educación de nuestros hijos fue en escuelas públicas y este año emigraron a Buenos Aires para estudiar en universidades públicas”, explica. Ella es profesora de matemáticas y al llegar, hace 15 años, consiguió trabajo rápidamente en una escuela agrotécnica de la zona. “El cambio familiar fue muy grande, pero en realidad todo estaba dentro de nosotros y aquí lo pudimos exteriorizar. Queríamos la sencillez de la vida, un progreso, pero hacia nuestro interior. Nos fuimos encontrando con mucha gente como nosotros, que había llegado con las mismas expectativas”, recuerda.

Unos años antes, en la década del 80, luego de restablecida la democracia, sólo quedaban recuerdos lejanos de la revolución hippie y su ideal de vida comunitario, pero sus ideas permanecieron y ganaron aceptación social. La tolerancia y celebración de la diversidad cultural y étnica, la libertad sexual y el rechazo hacia toda forma de violencia y autoritarismo son valores instalados en las sociedades civilizadas y se convirtieron en normas de convivencia indispensables para vivir en paz. “Lo que algunos llamaron «el sueño hippie» no fue ningún sueño ni ninguna ilusión. La finalidad era vivir en la naturaleza, probar otro sistema de subsistencia, aprender las tareas rurales y experimentar un sistema comunitario de convivencia. Todo eso fue realizado y dejó en cada uno de los que lo vivieron una marca indeleble. Una etapa de aprendizaje más”, aclara Miguel Cantilo.

Andrea Monzón llegó a El Bolsón en 1989. Hoy tiene 46 años, 4 hijos y trabaja en la feria artesanal, donde vende tortas galesas y stollen (pan dulce alemán). “Los que vinimos a fines de los 80 elegimos este estilo de vida. Queríamos salir de los mandatos familiares porque no nos sentíamos identificados con lo que teníamos. El lugar era ideal y te obligaba a compartir todo porque el clima no era sencillo y no teníamos las facilidades que tenemos hoy. Bajábamos de la montaña a la feria en el horario en el que llegaba el micro de Bariloche, siempre y cuando el clima lo permitiera. Los caminos eran de ripio y en ese mismo micro con turistas llegaban artesanos y feriantes de otros pueblos, que traían sus terneros y chanchos para vender ahí. Era muy diferente a la feria de hoy, que está organizada y abre en días y horarios establecidos”, recuerda.

Para aquel entonces, la revolución hippie había quedado aparentemente derrotada hacía muchos años. Las instituciones sociales de aquel momento se habían sentido amenazadas por el nuevo paradigma social que proponían y una malintencionada campaña los asoció con los asesinatos de Charles Manson, un psicópata con aspecto hippie, pero con antecedentes criminales muy anteriores. El abuso de la marihuana y de alucinógenos fue el punto más débil del movimiento, pero las ideas que propagaron se instalaron en una sociedad que necesitaba un cambio. Algunos hippies decidieron comenzar a viajar y andar por el mundo, instalándose en pequeñas poblaciones donde poder vivir de sus artesanías y a su manera, y en la Argentina, uno de esos lugares fue El Bolsón. “Luego del Mayo Francés se fortalecieron nuevos paradigmas culturales, que entre otras motivaciones sustanciales, especialmente en la juventud, tuvo una de sus banderas en el retorno a lo natural. La comarca, así, fue una oferta que estaba sustentada en el aislamiento, su no contaminación y su belleza escénica”,explica Bondel.

Tato Álvarez es fotógrafo y formó parte de esa generación que llegó a El Bolsón a principios de los 70. Atraído por muchos amigos que ya se habían instalado en la zona, recuerda: “El I Ching era nuestra biblia. Nosotros éramos vegetarianos, producíamos nuestros alimentos y los lugareños nos decían «ipis», porque lo asociaban con los caballos que comprábamos cada uno de nosotros al llegar a la comunidad”. Fiel a su pensamiento anticonsumista, Tato sigue usando su antigua cámara Leica, con la que fotografió a Lanza del Vasto, discípulo de Gandhi, cuando llegó a visitarlos en 1977 enterado de la comunidad que allí vivía. “Con su llegada, armamos un campamento que duró varios días, y vinieron muchos seguidores de diferentes partes del país. Lanza del Vasto vino a fundar la Comunidad del Arca y se mantuvo en contacto con nosotros hasta 1981, cuando tuvimos que abandonarla, ya que una de las familias quiso alambrar su espacio y volver a la propiedad privada. Eso rompía el espíritu que nos unía y cada uno siguió su camino”, recuerda.

A diferencia de aquéllos, los neohippies que vienen migrando en los últimos años a El Bolsón ya no llaman la atención ni escandalizan a nadie. Estos nuevos migrantes dejan la seguridad de un buen salario por un estilo de vida más placentero y coherente con sus valores, aunque sin la necesidad de romper con ninguna estructura social, porque el camino ya estaba hecho por sus antecesores. “Aquella corriente de pensamiento y de acción se proyecta en la actualidad fragmentariamente y dejó su legado. No es necesario llevar ropa de colores, ni flores, ni pelo largo. Hoy día lo que se rescata es el respeto por la naturaleza, la tendencia a una vida pacífica en contraposición con la neurosis descontrolada que dificulta enormemente la calidad de vida en las urbes, las fuentes filosóficas orientales, las disciplinas de educación o autoconocimiento, todas pautas de vida surgidas en la llamada época hippie, pero transformadas, enriquecidas y difundidas con el paso de las décadas”, reflexiona Miguel Cantilo. Con ellos se encontrarán los turistas que vayan en busca de ver qué quedó de todo eso.

EL BOLSÓN, LA TIERRA PROMETIDA

1969

Los actores del musical Hair

Los primeros hippies de El Bolsón pertenecían casi todos al staff de la versión local del musical Hair. Vivían en comunidad hasta que Gendarmería los echó por escandalizar a la población bañándose desnudos en el río

1970-1980

Las hippies fundacionales

De todas partes del país se van a vivir en comunidad en Golondrinas, Cajón del Azul, Mallín Ahogado y otros lugares de la comarca andina. Viven en forma autosustentable y practican un sincretismo religioso con fuentes orientales y occidentales

1989-1995

Renacimiento del movimiento

Con la migración de nuevas generaciones que escapaban de las ciudades, la hiperinflación y un primer gobierno democrático con un final turbulento. Revalorizan los ideales originales

1995-2001

Los hippies noventistas

Migran jóvenes con algún poder económico: inversores que compran casas, lotes y traen sus 4×4. Quieren vivir como en la ciudad pero disfrutar de la belleza natural que rodea a esa zona

2001-2010

La estampida posterior a la crisis

Nueva migración de jóvenes que huyen de la crisis de 2001, el desempleo, la inseguridad y la opresión de la vida urbana. Se instalan con su familia en zonas rurales, practican un estilo de vida natural y autosustentable y trabajan en las profesiones que cada uno ya tenía

Desde 2010

La irrupción de los neohippiesJóvenes con sus familias que dejan la ciudad en búsqueda de mayor seguridad y tranquilidad. Asumen el costo de abandonar un buen trabajo por una mejor calidad de vida e inician proyectos de trabajo en conjunto (artesanías, ropa, producción agropecuaria)

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