jueves, abril 18, 2024
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El Ejército y La Cámpora, juntos en las Villas

Trabajan con las Madres en tareas sociales; con Milani, la fuerza se alineó al kirchnerismo.

s soldados esquivaron los charcos de agua oscura y se reunieron armando un círculo, como un equipo que está a punto de salir a la cancha . Sus inconfundibles uniformes verde oliva sobresalían sobre el fondo naranja formado por la sucesión de casas sin revoque. En el silencio de una calle despoblada escucharon con atención la arenga final.

“Estamos muy agradecidos por la voluntad y el compromiso del Ejército de ponerse al servicio de la gente de nuestros barrios.” Las palabras de aliento no se las dio un superior jerárquico, sino Andrés “el Cuervo” Larroque, secretario general de La Cámpora. Junto con la agrupación creada por Máximo Kirchner y con las Madres de Plaza de Mayo, el Ejército empezó ayer el trabajo de ayuda social en La Carbonilla, una villa de La Paternal.

Desde principios de año, efectivos de esa fuerza desarrollan actividades similares en Florencio Varela. Pero ésta es la primera vez que las tareas se despliegan en la Capital Federal.

“Es la puesta en marcha de un trabajo mancomunado entre las Madres, la militancia, el Ejército y otros organismos del Estado”, explicó a LA NACION el secretario general de La Cámpora.

El lugar -un asentamiento ubicado en terrenos del ferrocarril pegado a las vías del tren San Martín, al que se ingresa por la calle Trelles- no fue elegido al azar. Lo escogió Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo. Pasó en La Carbonilla el último 24 de marzo, acompañada también por Larroque y por el ministro de Defensa, Agustín Rossi, otro de los impulsores de la iniciativa. Ese día, Bonafini dijo que quería “un Ejército del pueblo y para el pueblo”. Ayer no pudo ver cumplido su deseo porque se quedó varada en el tránsito, en su viaje desde La Plata.

Creada por un grupo de cartoneros en los años 90, La Carbonilla alberga hoy a unas 1700 personas y no para de crecer. El predio está judicializado, a la espera del censo que hizo el gobierno porteño, por pedido de la jueza Elena Liberatori. La Cámpora trabaja en el lugar desde 2007.

“El objetivo es urbanizar el barrio”, les informó a los recién llegados Camila Rodríguez, comunera porteña y dirigente de la agrupación. Después, con naturalidad, le pidió un mate a un soldado que acababa de bajar de un camión del Ejército. La dirigente explicó que, a diferencia de otros asentamientos, La Carbonilla cuenta con las condiciones ideales para integrarse a la “ciudad formal”: tiene calles anchas, se preservaron espacios comunes y sólo algunas casas alcanzan los tres pisos. “Hay que avanzar rápido para que los vecinos no sigan construyendo hacia arriba. La idea es abrir calles para que puedan entrar los remises y las ambulancias”, dijo Rodríguez, y detalló que el 95% de los vecinos tiene trabajo. Por eso, a las 9, la calle estaba semidesierta.

Los soldados que le pusieron el cuerpo a la jornada inaugural fueron 19, todos muy jóvenes, una minoría mujeres. Pertenecen al Batallón 601 de Ingenieros, con base en Campo de Mayo. Está previsto que trabajen en La Carbonilla durante tres meses.

Equipados con picos, palas y una máquina retroexcavadora, van a abrir calles, terminar de instalar las cloacas y construir espacios comunitarios, como una plaza y un playón para hacer deportes. Los vecinos manifestaron su preocupación por la existencia de tres o cuatro casillas donde se vende paco. Pero los soldados tienen prohibido involucrarse en cuestiones de seguridad, para no infringir la ley de seguridad interior. Por esa razón, sólo estarán en la villa de día: de lunes a viernes, de 8 a 15.

En los últimos tiempos, los mismos efectivos intervinieron en distintos trabajos de ayuda en zonas de emergencia, como en las inundaciones de La Plata. En esas jornadas se forjó un buen vínculo entre las organizaciones de militancia y los uniformados. Bonafini, por su parte, construyó una relación muy estrecha con el jefe del Ejército, César Milani. Fue una de las pocas que lo defendieron sin matices ante las acusaciones en su contra por su presunta participación en la represión ilegal durante la dictadura. Él se comprometió a poner a la institución al servicio de un proyecto nacional. Todo cuenta, por supuesto, con el aval de Cristina Kirchner, que quiere darles un nuevo perfil a las Fuerzas Armadas de la democracia.

Con la presidenta de Madres de Plaza de Mayo ausente, Larroque quedó ayer al frente de la recorrida, acompañado por funcionarios de la Secretaría de Coordinación Militar de Asistencia en Emergencias del ministerio que conduce Rossi; por el presidente de la Comisión Nacional de Tierras, Rubén Pascolini, y por la legisladora porteña Paula Penacca, también de La Cámpora. El grupo partió de la calle central del asentamiento y se dirigió a la calle trasera, separada de las vías del tren por un alambrado de dos metros.

Ahí, Alex Hilares, un formoseño que andaba de acá para allá con una camiseta negra del Liverpool de Inglaterra, les explicó a los soldados lo que se había avanzado hasta el momento en la instalación de las cloacas. Entonces, el militar a cargo del grupo les indicó a los soldados su primera misión: limpiar las cámaras de la red cloacal. “Estamos contentos, mientras podamos ayudar, está bien”, respondió tímido uno de los soldados. Llevaba una pala y un casco amarillo de albañil. Reconoció a LA NACION que cuando ingresó en el Ejército se imaginaba otra cosa. Pero no soltó queja.

De la recorrida formó parte también un grupo de vecinos. Una de las primeras pobladoras es Yolanda Valle, un ama de casa de 50 años, nacida en Perú. “Se lo agradezco. Más que esto no podemos pedir”, les dijo a los soldados, que la miraron en silencio. Ni los militares ni los vecinos parecían dimensionar la carga simbólica del emprendimiento. Valle destacó el alto nivel de organización de los habitantes de la villa. “Pedimos que el Estado se haga presente para que algunos vecinos no sigan construyendo descontroladamente. Queremos tener todos los servicios y pagar todos los impuestos”, explicó.

Cerca de las 11, cada soldado tenía asignada una tarea y trabajaba sin descanso. Durante los próximos tres meses serán cuerpos extraños de un paisaje en plena transformación.

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