viernes, abril 19, 2024
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Encuentran vida en un lago enterrado a un kilómetro de profundidad de la Antártida

 

Es el más profundo que se ha explorado, a 600 kilómetros del Polo Sur. Debieron perforar más de 1.000 metros de hielo para llegar al agua dulce y descubrir bacterias. La expedición fue planeada durante varios años y no tiene precedentes.

El lago Mercer suele experimentar temperaturas que bajan más allá de los 0°, pero no se congela. Es que esta gran extensión de agua subglacial -igual a tres veces la superficie de Jujuy- recibe una intensa presión de la capa de hielo que la recubre y la mantiene aislada del resto del mundo hace más de 100.000 años. En ese lugar, un equipo de expertos acaba de hallar diferentes formas de vida. Es un hecho científico que prácticamente no registra antecedentes.

El descenso a las profundidades de este lago fue planeado durante años. La operación costo 5,2 millones de dólares y fue realizada por la organización norteamericana SALSA (en castellano, Acceso Científico a los Lagos Subglaciales de la Antártida) con el respaldo de la Fundación Nacional de Ciencia de los Estados Unidos.

Los expertos creían que iban a descubrir únicamente microbios unicelulares. Sin embargo, su esfuerzo dio frutos sorprendentes: contra todos los pronósticos, se toparon con 10.000 células de bacterias por cada mililitro de agua.

La Antártida encierra más de 400 lagos escondidos bajo su blancura. El Mercer es el segundo en ser abordado por humanos directamente y forma parte de una constelación de nueve lagos del sector occidental del continente, hallada por satélites en 2006.

Sus aguas son dulces, aunque posiblemente, hace millones de años, tuvo contacto con el mar. Las condiciones resultan tan inhóspitas, que se asemejan a la de los océanos subglaciares de Marte y a las lunas de Júpiter o Saturno. Por eso, la exploración de este rincón virgen del planeta puede dar pistas sobre la biósfera en otros lugares de la galaxia.

El 26 de diciembre pasado, la exploración partió finalmente de la base norteamericana McCurdo. Una caravana de excavadoras, tractores y contenedores instalados sobre trineos recorrió los 1.046 kilómetros, hasta ubicarse en un campamento a 600 kilómetros del Polo Sur.

Cincuenta personas -entre las que había científicos, militares y perforadores- formaron parte de este viaje único. Parte de la tripulación viajó por aire y aterrizó en pistas construidas por excavadoras.

La travesía duró semanas, por lo que fue necesario un sistema de calefacción, baños y cocina, donde se podía, incluso, cocinar pan. “Es el sueño de un científico, cada día es una fiesta y cada comida un banquete”, asegura un microbiólogo que estuvo allí.

Un vehículo con radar -para evitar grietas- guió a la comitiva. El 27 de diciembre, los expedicionarios alcanzaron la superficie del lago. Se usaron 500 toneladas de equipamiento para perforar los 1.068 metros y 28 mil kilogramos de hielo que protegen al Mercer.

Según los estudiosos, los organismos recolectados habrían habitado lagos y riachuelos en las montañas de la Antártida durante períodos cálidos en que los glaciares retrocedieron, durante los últimos 10.000 o 120.000 años. Cuando el clima se enfrió de nuevo, el hielo seguramente engulló de nuevo ese oasis de vida.

Las consecuencias del hallazgo son enormes. Por un lado, permite conocer más sobre el sistema hidrológico antártico y, por lo tanto, el movimiento histórico de los glaciares. A su vez, da pistas sobre los efectos futuros del calentamiento global. Pero eso no es todo. De acuerdo con John Priscu, jefe científico de la campaña, “podría abrir la puerta para conocer cómo son los requisitos indispensables para la vida, más allá de nuestro mundo. Por ejemplo, en el planeta rojo o bajo el hielo de las lunas de Saturno, que cuentan con entornos no tan distintos”.

Aún resta que los científicos estudien las secuencias de ADN de las criaturas y daten el material con carbono. Lo que es seguro, es que la investigación en lago Mercer abrió una puerta para conocer más sobre la Tierra y otros planetas.

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